Por: Ramiro Álvarez Mercado.
«La música es un arma de paz, su belleza y emotividad son capaces de desarmar aún el corazón más duro»: ( William Congreve dramaturgo y poeta inglés).
La relación entre los artistas con sus instrumentos en el arte musical, es algo único, porque los músicos tienen la capacidad de experimentar momentos emotivos y expresar sus sentimientos en gran parte gracias a sus amores inanimados, que la mayoría de las veces recobran vida cuando son interpretados de manera magistral y fue justo el caso de José Manuel Tapia Fontalvo, el eterno guacharaquero del maestro Alejandro Durán Díaz, quien siempre tuvo amores con su ideófono de fricción.
José Tapia nació un 13 de noviembre del año 1934 en un corregimiento llamado Las Palmas, municipio de San Jacinto (Bolívar). Este varón sencillo, humilde y de un corazón muy noble, incursionó a muy temprana edad en las lides musicales, siempre ejecutando la guacharaca y haciendo los coros pertinentes.
Hoy en día es recurrente observar, como los créditos al interior de una agrupación musical, recaen en el vocalista, y vemos músicos de gran talento, como se les relega, como si no formasen parte de un elenco y solamente el cantante o el acordeonista, son quienes merecen elogios.
En el año 1957 Tapia Fontalvo fue invitado por Alejandro Durán para que lo acompañase durante una presentación en el Municipio de Sahagún (Córdoba), dado que su guacharaquero titular se había enfermado. Fue esta la coyuntura que se presentó, y al observar el maestro la habilidad y la destreza del invitado, al igual que unos coros altos y afinados, se produjo una empatía, que condujo a este par de artistas a integrarse hasta que la muerte se encargó de separarlos.
Si algo distinguió a esta dupla musical, fue esa mística, entrega y entendimiento que los caracterizó, todo el tiempo que anduvieron juntos. Las canciones brotadas de las vivencias del maestro Alejo, tenían su complemento en su guacharaquero , el cual con su entusiasmo y alegría, ponía la nota picante y el sabor en todo lugar donde llegaban.
Tras el triunfo obtenido en Valledupar en el año 1968, Alejo y José Tapia, más Pablo López en la Caja, fueron escogidos para ir a México, a representar a Colombia en la parte musical, durante los Juegos Olímpicos, donde obtuvieron la medalla de oro, como los mejores exponentes del folclor, derrotando a representantes de muchísimos países y poniendo en la cúspide el nombre y la música colombiana.
Más adelante, y en virtud al reconocimiento obtenido, fueron invitados a New York para presentarse en el Mádison Square Garden, donde se dieron a conocer internacionalmente, con una apoteósica demostración.
Muchos años después, en abril de 1987, durante la celebración del primer concurso “Rey de Reyes”, en Valledupar, donde Alejo Durán llegó con el rótulo de favorito, en asocio de su eterno y fiel amigo José Tapia, ante el asombro del público que los tenía como sus preferidos, por la grandeza y admiración a su pureza vernácula, por un pequeño error de desafinación en una nota, Alejo le solicitó al Jurado públicamente que fuesen descalificados.
José Manuel Tapia Fontalvo, fue todo un artista de la música vallenata, que vivió siempre orgulloso de ser el fiel escudero de quien él consideraba el más grande juglar de la música folclórica del Caribe colombiano. Por ello, conservó durante toda su vida, como su tesoro más preciado, un álbum fotográfico, con las imágenes de su fiel y admirado, amigo y maestro, captadas en diferentes momentos artísticos y personales, pues cada una le recordaba anécdotas e historias simpáticas, muchas de ellas que se volvieron canciones.
José Tapia nunca rehusó acompañar a su maestro inseparable en sus innumerables presentaciones, a excepción de una, la del 11 de Noviembre de 1989, cuando fue invitado como jurado en el Festival de Acordeoneros y Compositores en Chinú (Córdoba), pero que ante su presencia y la petición del público de verlo tocando el maestro no pudo negarse , evento este que marcaría el final dela existencia del gran Alejo.
José Manuel asumió como suya la recomendación que días antes le había hecho el médico Omar González Anaya (amigo de Alejo) de mantenerse en absoluto reposo debido a su delicado estado de salud; lamentablemente el maestro Alejo hizo caso omiso a la recomendación y le dijo » amigo mío, usted sabe que el toro bravo muere en el ruedo», siendo vanas las súplicas de su guacharaquero y amigo para que permaneciera en casa.
Este gran hombre y leal amigo, hasta el día que condujo el féretro del gran Alejo Durán, hasta su última morada, fue quien portó su acordeón.

Sin duda alguna Tapia Fontalvo a parte de ser un gran amigo, compañero y aliado para el gran Juglar Alejandro Durán, fue el guacharaquero que desde su primer toque con este ícono de la música vallenata, dejó constancia que llegó al conjunto para hacer parte de la historia del primer Rey Vallenato. Fue ese escudero que de manera silenciosa se robó al lado del «Negro Grande del Acordeón» un protagonismo por la forma magistral y diferente como interpretaba y entendía las melodías celestiales que brotaban del instrumento bendito del «Negro» Durán.
En esta época, cuando los lazos de hermandad y amistad se han tornado efímeros y frágiles, debemos resaltar en José Manuel Tapia Fontalvo, como un gran ejemplo de fidelidad, respeto, admiración, lealtad y compañerismo, que tuvo para quien le brindó la oportunidad de ser su «eterno guacharaquero y compañero inseparable».
El 22 de febrero del año 2018 la guacharaca de José Tapia dejó de sonar y se fue al encuentro con su gran amigo y maestro Alejo Durán donde estarán haciendo una nueva pareja musical deleitando al Dios de los cielos con su maravillosa música. Y es que muchas veces no solo se va el músico … con su música, también se va la persona que ha sabido transcribir tus pensamientos y sentimientos más profundos.
