‘La tiendecita’ que Diomedes Díaz le regaló a su hermano Elver

-Hace 35 años fue creada una canción que con el correr del tiempo cambió de autor y hasta de nombre, pero hoy ostenta el título de clásico vallenato-

Por Juan Rincón Vanegas

@juanrinconv

El martes 24 de mayo de 1988 la disquera CBS lanzó la producción musical ‘Ganó el folclor’, del cantautor Diomedes Díaz y el acordeonero Juancho Rois, que según los entendidos, ha sido la más vendida en la historia musical de ambos artistas.

Dentro de las 11 canciones grabadas apareció ‘Los recuerdos de ella’, un paseo de la autoría de Elver Augusto Díaz Maestre, pero 35 años después se cuenta la verdadera historia, donde Diomedes Díaz le hizo el más grande regalo a su querido hermano.

‘Los recuerdos de ella’ logró destacarse y estar a la par de otras canciones que aparecieron en ese destacado trabajo musical, tales como ‘Gaviota herida’ (Efrén Calderón), ‘El Pintor’ (Adolfo Pacheco), ‘Páginas de Oro’ (Hernán Urbina Joiro), ‘Déjame llorar’ (Reinaldo ‘El Chuto’ Díaz), ‘Ganó el folclor’ (Roberto Calderón) y ‘El Parquecito’ (Calixto Ochoa).

En esos tres minutos y 53 segundos que dura la canción, Diomedes Díaz narró una vivencia que su hermano Elver le hizo caer en cuenta, cuando de manera frecuente ‘El Cacique’, visitaba la casa de su mamá Elvira Antonia Maestre Hinojosa, ‘Mamá Vila’.

Elver, el mensajero de las frías

Elver Díaz, sentado en una banca afuera de la casa de su mamá Elvira, ubicada en el barrio San Joaquín de Valledupar, quiso recordar por primera vez aquel episodio que le ha prodigado las mayores alegrías musicales y económicas.

“Diomedes llegaba bien temprano de su casa en el barrio Los Cortijos, a la de nuestra mamá que estaba a pocas cuadras. Se venía caminando y con todas las ganas de beber. Enseguida, me tocaba la puerta de la habitación y me hacía levantar  mandándome a comprar cervezas. En cada viaje a la tienda que estaba ubicada a pocas cuadras, compraba dos cervezas y me quedaba con los vueltos”.

Elver siguió recordando aquel episodio y añadió. “Eran muchos viajes los que hacía en la mañana y parte de la tarde, hasta que un día riéndome le dije que pusiera una tienda en la casa. Que se podía tomar las cervezas bien frías recién sacadas de la nevera y no tener que estar yendo cada rato a la tienda”.

A Diomedes le sonó la idea, y cuál no sería la sorpresa de Elver que en corto tiempo entre cerveza y cerveza, sacó la canción. Después de grabada, sufrió el cambio de nombre porque los seguidores no le decían ‘Los recuerdos de ella’, sino ‘La tiendecita’. Y así se quedó.

“Diomedes después de hacer la canción me la cantó en su totalidad, me abrazó y me dijo que la canción era mía, porque yo le había dado la idea principal. Al principio no dimensioné lo que eso significaba, pero al grabarla comenzó a sonar por todas partes y las primeras regalías fueron de 400 mil pesos”, dijo Elver.

Un regalo con regalías

Lo curioso de este hecho fue que Diomedes Díaz hizo la canción, y también le montó la tienda a su mamá. “Si, la tienda fue una realidad y mi mamá le puso por nombre de ‘Los recuerdos de ella’, pero duró menos de dos años. Quebró por mucho ‘fiao’. Mi mamá, quien es de buen corazón, no sé medía para fiar y esas fueron las consecuencias”, contó Elver entre risas.

De otra parte, ha sido tanta la aceptación del tema ‘Los recuerdos de ella’, que a Elver Díaz, le han grabado 60 canciones y ninguna supera en el pago de regalías a la que le regaló su hermano.

Entre las jocosidades aparece la vez en que Diomedes Díaz al ver el éxito total de su canción, y al encontrarse con su hermano Elver, le comentó: “Te va a tocar darme parte de la plata de las regalías, porque ya te pagué las idas a la tienda”.

Enseguida, hizo un rápido recuento de su hermano Diomedes, a quien él se ha encargado de perpetuar a través de su agrupación ‘La familia de Diomedes’, con la cual atiende diversos compromisos musicales. “Puedo decir con conocimiento de causa que el cantante absorbió al compositor, a pesar de que sus canciones nunca pasan de moda porque les imprimía ese sentimiento inigualable al ser reales”.

Los dos hermanos se llamaban cariñosamente ‘Yome’ y ‘Evi’. Eran tan unidos que el primero le regaló una canción a su hermano por servir de mensajero, trayendo en sus manos unas cervezas frías. Además, nacieron con esa chispa para decirle al mundo que la música vallenata tiene la esencia del saber popular, donde se desgajan los más bellos sentimientos teniendo como aliado a un acordeón.

‘Los recuerdos de ella’, en teatro

A pesar de haber sido grabada hace tanto tiempo, la canción todavía tiene vigencia al ser llevada al teatro con el mismo nombre, ‘Los recuerdos de ella’. Esta comedia musical es dirigida por el maestro Víctor Hugo Ruiz y protagonizada por el acordeonero y productor vallenato Éibar Gutiérrez Barranco. La obra se viene presentando desde el año 2019 en Bogotá y distintas ciudades del país.

“La comedia musical vallenata se desarrolla en una tienda de pueblo donde van apareciendo esos episodios que recrearon la canción, teniendo la atención de su propietaria que lleva el nombre de Matildelina”, contó Éibar.

Bonito gesto

Al final, el cantautor Elver Augusto Díaz Maestre dejó escapar varias lágrimas de emoción al recordar a su querido hermano, quien tuvo el bonito gesto de regalarle una extraordinaria canción.

El hermano de ‘El Cacique de La Junta’ sigue pensando que lo mejor es que sus miles de seguidores se tomen con beneplácito sus cervezas bien frías recordando a Diomedes Díaz. “Porque no hay cosa más sabrosa que abrí una nevera, y destapar una cerveza pa’ curar un guayabo”.

Esas fueron las experiencias vividas que tuvo Diomedes Díaz, quien de forma muy clara lo dejó dicho. “Es el ejemplo que quiero dejarle a mis seguidores, que al amigo hay que quererlo, que cuidarlo y protegerlo”. Se las dejo ahí.

Diomedes Díaz Maestre: El cantautor de las multitudes

«La música es la literatura del corazón, que comienza donde terminan las palabras»._ Alphonse de Lamartime (compositor, poeta e historiador francés).

Por: *Ramiro Elías Álvarez Mercado*

Pocas cosas son tan precisas como la interpretación de una obra musical por un buen cantante.Vocalización exacta y rigurosa que dan lugar a un agradable canto que suele llegar directamente al alma.La música tiene todo tipo de efectos en el ser humano: nos alegra, nos entristece, nos activa, nos hace bailar, nos emociona, ha acompañado a la humanidad desde sus primeros días, cuando aprendimos a utilizar sonidos y cánticos para comunicarnos entre nosotros o con las fuerzas superiores que regían nuestras vidas y que han evolucionado según lo hacía la sociedad.Las voces humanas poseen un timbre que permite distinguirlas entre sí y además poder identificar a la persona que la emite, ya sea al cantar o al hablar.

Una de esas voces privilegiadas para el canto vallenato fue la de Diomedes Díaz Maestre, quien le abrió los ojos a este mundo terrenal una alegre, festiva, radiante y fresca mañana invernal del domingo 26 de mayo de 1957, en el corregimiento de La Junta sur del departamento de La Guajira, más exactamente en las agrestes tierras de una finca llamada «Carrizal». Hijo mayor de la familia conformada por Rafael María Díaz Cataño y Elvira Maestre Hinojosa. En un hogar de campesinos humildes, nobles, trabajadores y de sanas costumbres se fue levantando este pequeño niño que con el correr del tiempo se convertiría en uno de los más grandes artistas de la música vallenata. Diomedes cuyo nombre en la mitología griega significa » *Pensamiento de Zeus*» quien fue uno de los héroes griegos más famosos al combatir en la guerra de Troya, y uno de los guerreros más poderosos en La Ilíada de Homero. Al igual que su homónimo de la mitología, Diomedes Díaz desde muy temprana edad fue un guerrero de la vida que luchó contra todo y de esa lucha constante le brotó su inclinación musical que proviene, según dicen algunos investigadores, de Luis Gregorio Maestre Acosta pariente cercano de su progenitora Elvira Maestre el cual se caracterizó por ser un gran decimero y a pesar de no haber tenido estudios, las componía y recitaba magistralmente. La cercanía con su tío Martín Maestre, acordeonista y compositor fue parte fundamental en su naciente carrera musical.Sus primeros años los vivió como cualquier niño campesino de la zona, colmada de experiencias fantásticas, contacto directo con la naturaleza, animales de corral como: vacas, chivos, caballos, cerdos, burros, muchos de estos criados por sus padres, cultivando la tierra de pancoger (yuca, plátano, malanga, maíz) que hacían parte de las viandas que servían en su mesa y que también comercializaban y era parte esencial del sustento de su familia, todo esto sumado al canto de las aves silvestres, el correr y el sonido del agua de los riachuelos, las fragancias de las flores y verdes hojas de los árboles, el olor al café matutino. Toda esa constelación de múltiples y variados olores, sonidos y paisajes fueron desarollando en él una visión del mundo muy particular, mágico y surrealista que luego plasmaría en sus canciones, ya que no solo cantaba, sino que también componía algo que lo convirtió en el _»cantautor de las multitudes»_.

El Cacique de La Junta como se le conocía en el ámbito musical, fue desde sus inicios una persona dotada de un talento histriónico que deslumbraba en cualquier escenario, donde su figura era casi que venerada por miles de seguidores en razón a esa voz e interpretación prodigiosa que le daba a las canciones, secundado por el carisma arrollador que poseía; era un ser capaz de ejercer una presencia magnética sobre las personas, que sin proponérselo captaba la atención de los demás que disfrutaban y se deleitaban de su compañía en el escenario. Su voz, carisma y comportamiento iban a tono con sus costumbres y la de su fanaticada que lo disfrutó y ovacionó en todo su esplendor, su personalidad de hombre extrovertido, lleno de impulsos, con un aura brillante y resplandeciente, cercano a su pueblo, querendón con las mujeres y amigo de la parranda fueron elementos fundamentales para su formación musical. El carisma no se comercia, más bien se construye y un artista carismático como el «Cantor Campesino» es un purificador de incentivos externos e internos que se inquieta ante lo auténtico, que no intenta ser distinto sino que se diferencia simplemente por ser quien es, sin grandes alardes, ni aspavientos, sencillamente a través de su mera presencia.Para Diomedes la música era como una revelación mayor, las inspiraciones le llegaban cuando más aislado estaba en el espacio y en el tiempo.Ese talento innato de El Cacique doblado de una inteligencia escénica y natural, que le permitía ocupar todo el escenario él sólo, le facilitaba desencuevar en cada canción el espíritu que se escondía detrás de cada palabra.No basta con tener la mejor voz para entonar una canción, hay que sentirla vivirla y apropiarse del mensaje de la misma para poder transmitirla y llegar al corazón de los que la escuchan, siendo esta una de las ventajas del hijo de la señora Elvira que sin tener la mejor voz, como otros de sus colegas, si interpretaba con mucha suficiencia sus propias canciones y cuando lo hacía con creaciones musicales de otros compositores lo logró con mucha altura y calidad, porque sabía imprimir en su voz un dejo tan especial y repleto de sentimiento; es decir, tenía la capacidad de sentir la canción como propia y transmitir magistralmente el mensaje expresado por el autor: era como un actor cuando encarna un personaje.Diomedes Díaz Maestre era un artista nato que dio rienda suelta a su talento y provocó sentimientos y emociones positivas, sus seguidores escucharán sus canciones por siempre una y otra vez y casi que instantáneamente traerán de vuelta todas las emociones, alegrías y recuerdos de momentos vividos a lo largo de los años, porque su legado musical nos ofrece un escape de la realidad, nos hace viajar a otros mundos a través de sus canciones, nos inspira con sus letras y nos conecta con nuestras emociones de un modo muy profundo. Él pudo exteriorizar su habilidad a través del arte musical y potenció todo su talento artístico con el cual llegó a un multitudinario público que lo aclamará por siempre porque las canciones de su ídolo hacen parte de la banda sonora de sus vidas.

José Barros navega en La Piragua del recuerdo

El 12 de mayo del 2007, por todos los rincones de El Banco (Magdalena), y los pueblos vecinos, no dejaron de sonar durante muchas horas las canciones del maestro José Benito Barros Palomino, como homenaje al baluarte del folclor colombiano, a quien le alcanzó la vida para disfrutar el triunfo y recibir importantes homenajes.

Su figura era tan importante, respetada e incluso venerada que todos guardaron luto y coincidieron en señalar que había partido la máxima gloria del folclor colombiano, el hombre que compuso canciones en todos los ritmos y que nunca desentonó.

Tuvo larga vida. Murió a los 92 años. Y fue una vida llena de éxitos, que se consolidaron con el Festival de la Cumbia creado en su honor. En aquella ocasión las voces, aunque roncas, no dejaron de entonar conocidas melodías que él muchos años atrás había sacado de lo más profundo de su inspiración.

¿Y cómo olvidar las palabras de Monseñor Jaime Enrique Duque Correa, cuando habló de los dones que Dios le otorga a cada ser humano? «El maestro José Barros fue un genio de la música y vocero de todo un pueblo con sus canciones. En cualquier oportunidad todos nos sentimos interpretados en sus cantos. Él, con su corazón noble y bueno fue fiel intérprete de nuestros sentimientos y por eso su consagración dentro del folclor colombiano».

La inmortalidad

La inmortalidad del maestro José Barros se escenifica a través de su obra. Para corroborar lo anterior contaba Juan Gossaín que una señora española le pidió a Gabriel García Márquez que le autografiara un ejemplar de ‘Cien años de soledad’, no sin antes decirle que lo admiraba no por la imaginación, sino por el dominio del lenguaje.

El escritor se detuvo. Le sonrió y le dijo: “En mi tierra un músico popular, refiriéndose a una antigua canoa que viajaba por el río, escribió este verso: “Ya no cruje el maderamen en el agua”. Maderamen, señora. Maderamen. ¿De qué se sorprende usted?

Exactamente, es un verso de la célebre canción ‘La Piragua’ que era propiedad del comerciante Guillermo Cubillos, esa misma que se paseaba de El Banco, viejo puerto a las playas de amor de Chimichagua donde se quedó para siempre.

El día de su partida se recordó que le tocó ser un caminante por diversos senderos del mundo donde trabajó, cantó y demostró que los pesares también se cantan, así lleguen muchas navidades negras y el pescador se niegue a ir a su faena diaria porque es fuerte el rumor a cumbia y a aguardiente.

También su familia se comprometió a enarbolar las banderas de sus cantos y del Festival de la Cumbia para que nunca mueran.

La tarde de su sepelio cayó llena de tristeza en medio de un sofocante calor y en ese momento se conoció la frase que dejó reseñada en una libreta: «Yo, el maestro José Barros, voy navegando por los mares de la muerte… en una Piragua”.

Y los abuelos nos seguirán contando por los siglos de los siglos que por el río Cesar y la ciénaga de Zapatosa navegaba una piragua, de 15 metros de largo, tres de ancho, y dos metros de altura que le construyó Lorenzo Simanca Epalza a Guillermo Cubillos, el hombre que aparece con nombre propio en ese célebre canto cuya acción musical le sigue dando la vuelta al mundo a través de una morena cumbianbera que mueve sin descanso su cadera.

Vida musical

El maestro Barros, nació el 21 de marzo de 1915 y era el menor de cinco hijos del matrimonio de Joao María Barros Traveceido, un comerciante portugués, y Eustasia Palomino. En su extensa producción musical, que se calcula en un millar de obras, compuso cumbias, paseos, porros, pasillos, boleros, tangos, currulaos, puyas, rancheras, merengues y canciones infantiles.

Entre sus más importantes canciones se cuentan ‘La Piragua’, ‘Navidad negra’, ‘El pescador’, ‘Violencia’, ‘El viajero’, ‘Las pilanderas’, ‘La llorona loca’, ‘Arbolito de Navidad’, ‘El gallo tuerto’, ‘Palmira señorial’, ‘Pesares’, ‘A la orilla del mar’, ‘El vaquero’, ‘El minero’ y ‘Momposina’, entre otras.

La entrevista

Corría el mes de junio de 1983 cuando le hice la primera entrevista al maestro José Barros, en su casa de El Banco, pero antes un amigo que lo conocía, le dijo que venía de El Espectador, y como él era gran amigo de Guillermo Cano, todo se facilitó. Habló de todo un poco y especialmente de sus canciones haciendo énfasis en ‘La Piragua’, su éxito más trascendental que tiene más de 15 versiones.

El asunto era que la crónica sería publicada en el periódico Zigzag de Chimichagua, pero para no quedar mal se mandó a Bogotá con fotos incluidas, y a los pocos días la publicó El Espectador.

El maestro Barros estaba feliz y de esa manera ingresé a ser colaborador de El Espectador, y me gané la amistad del autor de esa bella obra que dio a conocer a las playas de amor de mi querida tierra.

Después de 16 años de su partida de la vida lo mejor es recordarlo sentado a las seis de la tarde a la orilla del viejo puerto, mientras el sol se hunde en el agua y van brotando en el cielo los primeros luceros de la noche, y él al ver pasar un pescador canta con emoción sublime:

En la playa blanca

de arena caliente

hay rumor de cumbia

y olor a aguardiente.

En toda la ranchería

se ven bonitos altares,

entre millos y tambores

interpretan sus cantares.

El pescador de mi tierra,

el pescador de mi tierra.

Juan Rincón Vanegas

@juanrinconv

Rosalbina, amor a primera vista con Luis Enrique Martínez, ‘El Pollo Vallenato’

Crónica.

-La esposa del Rey Vallenato considerado ‘El papá de los acordeoneros’, se llevó una cantidad de historias del hombre que le dedicó canciones y le regaló mucho amor-

Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv

La vida de Rosalbina Serrano de Oro, quien nació el 8 de enero de 1926 en Nervití, Bolívar, y su vida se apagó a  los 94 años, el primero de julio de 2020 en Santa Marta, después de estar viviendo los últimos años al lado de uno de sus nietos, y evocando aquellos episodios donde aparecía como protagonista de la música vallenata.

Todo comenzó en el año 1947 cuando en una fiesta en El Copey, Cesar, ella se dio las manos con el acordeonero Luis Enrique Martínez Argote, y fue amor a primavera vista. Al poco tiempo armaron viaje y se fueron de luna de miel.

Todo no fue color de rosas porque ella era menor de edad y él fue aprehendido y llevado a la cárcel del pueblo. Como el amor florecía y las alegrías del corazón estaban cerca, de común acuerdo decidieron casarse por la iglesia. El acto religioso sin mucha bulla se llevó a cabo en el cercano corregimiento de Caracolí, Cesar.

Desde ese tiempo comenzaron esos días gloriosos de la vida donde los encantos del amor eran azúcar para esas almas enamoradas, y en muchas ocasiones tuvieron algunos altibajos por las correrías de Luis Enrique Martínez, pero él siempre regresaba a la casa y encontraba a su mujer tranquila,  así a ella le hubieran contado algunas historias de escapes del sentimiento al fragor de los tragos y las notas del acordeón.

Con el paso de los años fueron llegando los hijos, dos en el hogar, Victoria y Moisés Martínez Serrano, y cinco producto de sus correrías Alberto, Alexis, Ingrid, María Luisa y Gloria.

El nieto querido

Rosalbina vivió los últimos 15 años de su vida al lado de su nieto Franklin Pérez Martínez, hijo de su hija mayor Victoria, en la Diagonal 30A No. 15-41 del barrio San Pedro Alejandrino de Santa Marta. En los últimos días, él la notaba tranquila, pero de un momento a otro el corazón no le resistió más y se le escapó la vida.

Franklin la recuerda paseándose por la casa y contando las historias de su abuelo que nunca la abandonó, así se demorara largo tiempo en las parrandas en distintos pueblos de la geografía costeña.

“Ella, contaba entre risas que mi abuelo salía a esas largas giras y demoraba mucho tiempo, tanto así que no estuvo presente el día del nacimiento de mi tío Moisés, llegando cuando ya estaba aprendiendo a caminar. Claro, siempre mandaba plata y provisiones para mantener la familia”.

También conto que su abuela se sentaba cerca a ese cuadro que está en la sala donde aparecen los dos. Eso le recordaba la celebración de sus bodas de plata en El Copey, hecho que sucedió el 8 de abril de 1972, quedando también como testimonio una canción del compositor Armando Darío Zabaleta Guevara, grababa por Jorge Oñate y los Hermanos López.

En las bodas de plata

de Luis Enrique y Rosalbina,

se hizo una fiesta muy linda

con música vallenata.

Este es un día sagrado

pa’ Luis Enrique, pa’ Rosalbina

tienen que recordarlo

mientras existan en la vida.

“Cuando mi abuela amanecía melancólica recordaba diversas facetas que vivió con mi abuelo, con quien estuvo casada por espacio de 48 años. Ya se puede imaginar lo mucho que decía y hasta de las muchas canciones que le dedicó”, manifiesta Franklin.

En el campo de las canciones se destacaron: ‘La carta’, ‘Mi negra querida’, ‘No sufras morenita’, ‘Los caprichos de Rosa’, ‘Noticias negras’ y ‘Mi negra querida’, entre otras. A ella, a quien Luis Enrique Martínez, ‘El Pollo Vallenato’ llamaba Rosita, le gustaban varias, pero se quedaba con la que le prometía nunca dejarla porque era un amor matrimonial de esos que duran toda la vida.

Así sucedió porque el hijo de Santander Martínez y Natividad Argote, nacido en El Hatico de Fonseca, La Guajira, murió a su lado el 25 de marzo de 1995 cuando contaba con 72 años.

En ese tiempo de trasegar por la vida alcanzó todos los honores, siendo el principal al coronarse como Rey Vallenato en el Sexto Festival de la Leyenda Vallenata, en el año 1973, y dejar una inmensa historia musical que se sigue manteniendo. Además, una serie de canciones clásicas  vallenatas que lo hicieron socio distinguido de Sayco.

Sin derecho al olvido

Rosalbina, la querida Rosita, en esos diálogos cortos y sinceros con su familia, solía decir que Luis Enrique, su amor eterno, le hacía mucha falta. Esa declaración la sostuvo durante 25 años hasta que Dios la llamó a su santo reino, no sin antes cumplirle la promesa dicha por él en uno de sus cantos de no guardarle luto, ni llorarlo, ni llevarle flores a la tumba y menos de echarlo al olvido.

Ella se fue tranquila, sin mucho ruido, pero con la convicción del deber cumplido ante sus hijos, sus nietos y su familia que supo del máximo valor al amor, a las buenas costumbres, a esta tabla de la vida donde Dios marca el destino y tiene la respuesta para todo. En el ambiente quedó plasmada la canción ‘La despedida’ donde se indica que el juramento es una palabra sagrada que lleva el símbolo de esperanza y fe.

Al final el nieto Franklin hace la declaración más elocuente en homenaje a su abuela Rosalbina. “Nos sigue haciendo falta porque era feliz con cada integrante de la familia conformada por mi esposa María Isabel de la Hoz, mis hijos Franklin Enrique, Farud y Luis Alejandro, quienes teníamos el deber de cuidarla, quererla y dichosos de verla hablar de esa larga vida que le regaló Dios”.

La historia de Luis Enrique y Rosalbina, estuvo matizada por cantos vallenatos, por lejanías cercanas al corazón y por  ese amor que nació a primera vista, teniendo el sello del encanto donde un acordeón ponía la nota más alta.

Luis Enrique Martínez desafió la muerte tocando acordeón y cantando en una ‘Pijama e’ palo’

-Una historia colmada de recuerdos de un canto donde se pinta la realidad del ser humano en su ciclo de vida, donde hay que nacer, crecer, reproducirse y morir-

A finales del año 1971 el juglar Luis Enrique Martínez Argote tuvo la osadía de sentarse, tocar su acordeón y cantar dentro de un féretro, algo nunca visto en la historia de la música vallenata.

Todo eso lo hizo por sugerencia de los creativos de la disquera Codiscos para ilustrar la caratula de su segunda producción musical grabada por Gabriel Álzate,  que llevó el título de ‘La pijama e’ palo’, canción de la autoría de Camilo Namén Rapalino.

El hecho sucedió en la ciudad de Medellín y la sesión fotográfica estuvo a cargo de León Ruiz Flórez, quien se tomó su tiempo para hacerlo desde distintos ángulos, para que la diseñadora Olga Walter pudiera lograr su objetivo.

Sobre esa inusitada sesión fotográfica, el corista Joaquín Pablo Cervantes Osorio, más conocido como ‘Jhonny’ Cervantes, contó una curiosa anécdota. “Ya habíamos grabado el disco donde estuve como corista invitado y faltaba la carátula, pero convencer a Luis Enrique para que se montara en ese cajón, tocara su acordeón y cantara, no fue nada fácil. Primero, porque tenía miedo de hacerlo argumentando que eso era como llamar la muerte y segundo, por ser obeso. Entre cuatro personas lograron montarlo y hasta salió asustado en la foto”.

El corista, quien nació el 30 de junio de 1934 en Salamina, Magdalena, no recordó a todas las personas que aparecen en esa carátula, a excepción de Luis Enrique Martínez, Julián Martínez, sobrino del juglar y el guacharaquero Adalberto Mejía, pero sí recordó que todos hacían parte de la agrupación. “Eso hace más de 50 años y a mi edad no es fácil, pero lo que conté es la pura verdad”, expresó.

Para cerrar su comentario, ‘Jhonny’ Cervantes añadió. “Luis Enrique era un genio tocando el acordeón. Nada más era silbarle y cogía la nota al vuelo. Nunca he visto alguno igual, porque jugaba sacándole notas al acordeón. No más es escuchar a muchos acordeoneros en el Festival Vallenato o de otros eventos similares, y verá que priman las notas de Luis Enrique. Eso es excelente”.

La sorpresa de Camilo

El compositor Camilo Namén Rapalino ha tocado muchas veces en sus canciones el tema de la muerte, caso de la obra dedicada a su padre, Felipe Namén Fraija, titulada ‘Mi gran amigo’. “Tan bueno y tan noble como era mi padre, y la muerte infame me lo arrebató”. También en la canción ‘Encuentro con el diablo’, dijo. “Me dicen que el tres de noviembre la radio una noticia dió, y así lo gritaba la gente, un parrandero bueno se murió”.

En esa ocasión direccionó su canción reflexionando directamente con la única realidad de la vida, la muerte, donde una pijama e’ palo es lo único que se lleva a la hora de cerrar los ojos definitivamente.

Ante tantos recuerdos al lado del juglar Luis Enrique Martínez, a quien denominó como el mejor de todos los tiempos del vallenato, porque supo esculcar a fondo el acordeón dejando una gran escuela, manifestó. “La canción ‘La pijama e’ palo’ se la canté en Fundación, Magdalena, exactamente en el hotel Buenos Aires. En esa parranda de una vez me dijo que me la iba a grabar, y así sucedió. Lo que me sorprendió fue verlo en la carátula del disco dentro de esa pijama e’ palo. Pobre hombre que le hicieron esa gracia estando vivo”. Ese disco salió exactamente el viernes 12 de noviembre de 1971.

Continuó con su relato: “Tiempo después nos encontramos, y esa fotografía fue motivo de celebración y comentarios jocosos debido a la manera como él salió en la carátula del disco. La canción llamó la atención a pesar del tema que trata, la muerte, que a nadie le gusta”.

Enseguida, habló en detalle sobre el motivo de la canción: “La hice viendo la manera de ser de algunas personas que humillan, maltratan y son prepotentes. En fin, esa pelea constante del hombre contra el hombre, sabiendo que nuestro destino es una tumba, teniendo que dejar riquezas, familia  y demás. La lección de la canción es que en la vida debemos ser buenos, nobles y honestos. En ese sentido, cité al ganadero y parrandero Nepomuceno ‘Nepo’ Sierra, quien cumplía esos requisitos por su calidad humana”.

La gran parranda

Entre las parrandas memorables de Camilo Namén con Luis Enrique Martínez, está la que se llevó a cabo en Valledupar. “Hace muchos años invité a una parranda en mi casa a Luis Enrique Martínez, Alejo Durán y al compositor José Benito Barros. Allá llegó un rato Consuelo Araujonoguera. Lo que llamó más la atención fue cuando Luis Enrique tocó el acordeón para que José Barros cantara su bella canción ‘La piragua’, la misma de Guillermo Cubillos. Esa fue mucha emoción de ‘La Cacica’, la mamá del Vallenato”.

Entonces fue cuando a Camilo Namén, ese gigante de la composición vallenata, se le notó su lado más humano porque después de recordar ese episodio su rostro se llenó de lágrimas.

El tiempo ha pasado y la canción nunca ha perdido vigencia, porque trata la gran realidad de la vida, esa de la cual nadie se escapa. Así se inspiró el compositor, diciendo. “En la vida tenemos un cajón, una tumba fría y no sabemos dónde, pero hay una mujer escondida que está viendo todo y se llama la muerte”

Aquella vez Luis Enrique Martínez desafió la muerte, pero ella llegó cuando menos la esperaba con sus manos silenciosas y sin preguntar nada. Él se despidió de la vida en Santa Marta la tarde del sábado 25 de marzo de1995.

Teniendo de frente esa escena de tristeza Consuelo Araujonoguera con conocimiento de causa, expresó. “Luis Enrique Martínez, mantendrá su título de “Papá de los acordeoneros”, y seguirá caminando hacía la historia grande del folclor más bello del mundo, llevado en hombros del mismo pueblo alegre que lo acompañó toda su vida”.

Por Juan Rincón Vanegas

@juanrinconv