Para sentarse a escribir sobre Gustavo Enrique Gutiérrez Cabello, cuando su vida se asoma a los 86 años, es necesario poner a cabalgar lentamente las palabras para que las arrope la poesía, apareciendo aquellos versos sensibles que pulió desde su juventud estando untados de melodías logrando nacer bellas canciones. Eso es lo que se llama un milagro dirigido desde el corazón del alma.
Ahora, ‘El Flaco de Oro’ poco habla, más medita porque su experiencia lo ha puesto a sentir de cerca el cariño de su pueblo donde la brisa fresca del ayer y ese glorioso canto ‘Rumores de viejas voces’, ganadora del Festival de la Leyenda Vallenata en 1969, lo hacen darle gracias a Dios por haberle concedido el talento justo a sus pretensiones.
En aquella ocasión cantó. “Recuerdo aquellas mañanas que por las calles se oían venir, canciones que con sus versos que al despedirse querían decir. Rumores de viejas voces, de su ambiente regional, no se escucharán los gozos, de su sentido cantar. Ya se alejan las costumbres del viejo Valledupar, no dejes que otro te cambie el sentido musical”.
Es así como por la vida del cantautor Gustavo Gutiérrez Cabello, navega una pesada carga de nostalgias, unida a todos los recuerdos de sus días de parrandas y de las historias de ese amado Valledupar que lo hicieron inspirar. En ese recorrido del sentimiento aparece la frase: “Gustavo Gutiérrez canta en Valledupar cuando sale el sol, nada compara ese encanto solo tu mirar, divino mi amor”.
Esa frase hace parte del vestido de la canción ‘Confidencia’, la misma con que comienza cada una de sus presentaciones en distintos escenarios. Eso lo conllevó a darle rienda suelta al pensamiento donde los besos de todos los días conformaron la más grande cadena de amor. Entonces fue más allá, pidiendo que esos besos fueran hasta la hora de la muerte.
Gustavo Gutiérrez con sus versos nunca engañó a nadie, sino que buscó las mejores estrategias para armar el crucigrama del encanto y envolver en un canto la sensibilidad de la vida. Esa vida que dibujó a su manera teniendo los hechos calcados en su memoria.
A lo anterior le añadió nobleza, talento, carisma y sus deseos de que Valledupar volviera a ser ese remanso de dicha y paz, amenizado con un acordeón o una guitarra, teniendo a su lado una voz romántica.
Es así como la canción ‘Confidencia’ daba y daba vueltas por el entorno y había que aterrizarla para contar su historia, donde no se medía la distancia porque el camino era largo hasta que llegó a morir en el silencio de un dolor en lejanía. Después, en ese mismo entorno nacieron ‘La espina´ y ‘Ensueño’. Él no se volvió a encontrar con la protagonista, pero al tiempo direccionó su corazón naciendo otras canciones ostentando el título de romántico y soñador. También, el sol del amor le resplandeció y atrás quedó el alma herida de aquel hombre solitario.
Así es. Todo sucedió allá por Valledupar donde se escuchaba un lamento triste y la noche era larga, pa’ sollozar. A él, los destellos del amor lo fueron acostumbrando a encontrarse con las penas y a conocerlas, pero también pudo borrarlas como lo hace la lluvia con las huellas.
Desde aquella ocasión el corazón de ‘El Flaco de Oro’ se enamoró mil veces para que los versos pudieran ser guiados por el viento, llegando a un bello paisaje de sol. Es más, se regresó al pasado y notó como las costumbres se iban muriendo en el recuerdo, y entonces las enmarcó en esa nostalgia del viejo Valledupar.
En un instante de su trasegar por la vida vallenata hizo un alto en el camino y dejó de componer, hizo más de 100 canciones, pero no de cantarlas porque ellas siguen siendo guiadas por su sentimiento. Ahora, los recorridos son cercanos, pero su voz tiene el encanto del hombre que libró diversas batallas dibujadas en versos teniendo mil razones y la guitarra, su eterna compañera. Evocando más recuerdos mencionó el momento más emotivo de su carrera, al recibir el homenaje que le tributó el Festival de la Leyenda Vallenata en el 2013. “Algo maravilloso que me llenó de alegría la vida al premiar mi talento y entrega a la música vallenata”.
Dejando mi huella
Cuando los días avanzan Enrique ‘Kike’ Gutiérrez, hijo del maestro Gustavo Gutiérrez, en días pasados lo sorprendió al entregar la producción musical ‘Dejando mi huella’, donde aparecen 17 canciones de su autoría.
“Quiero dar a entender que tengo casta musical y también seguir la línea de mi papá. Es el más bello homenaje al poeta y soñador que siempre he tenido en casa, y que me enseñó a amar la música vallenata. Es una gran responsabilidad continuar con su legado. Él está muy feliz con este proyecto musical que se encuentra en las distintas plataformas digitales”, expresó ‘Kike’ Gutiérrez.
Al cierre de la historia el poeta sonrió logrando navegar por el caudaloso río de la alegría, donde descubrió que la esperanza tiene forma de canto, el cual se sobrecogió ante su presencia. Felicitaciones maestro y siga regalando ternura, aunque no es fácil emularlo cuando el corazón se desgaja lentamente, el peso del destino sobrepasa la barrera del adiós y por las manos desfilan dos aves que llenan los ojos de aquella locura feliz.
Paremos la poesía, porque mañana vuelve a salir el sol mostrando un mundo sin límites, donde la música hidrata el pensamiento y los versos del maestro Gustavo Gutiérrez, se arropan con las sábanas de la vida.
Hoy 12 de septiembre, la aurora se adentró en un rincón del alma colombiana aquel ‘paisaje de sol’ enardecido, abrió sobre la tierra y en el murmullo de los vientos, entre ‘Rumores de viejas voces’, se escucha la resonancia inmortal: un día como hoy nació la lírica historia de un hombre entrañable, querido por todos, el maestro GUSTAVO GUTIERREZ CABELLO.
Desde La Paz, mi pueblo, me uno a esta fecha que la memoria convierte, en celebración. Me inclino, con gratitud y reverencia, ante el poeta, el amigo, el colega, y evoco la travesía musical de mi paisano Jorge Oñate «El Jilguero de America» (Q.E.P.D), interprete predilecto y cómplice eterno de las canciones que nacieron del corazon de Gustavo.
Aveces me pregunto: ‘Como pudo terminar’ la grandeza de un hombre que partió en dos la historia del vallenato, para no seguir cantando las canciones de mi amigo tavo ‘No es mi culpa’, me respondió un día con serena ‘Inquietud’, sentado en el patio de su casa ‘Que la violencia no nos llegue al Valle’, porque ‘Valledupar tierra mía’ es la consentida de todos. ‘Ayayay’ ‘Sueña corazón’ ‘Mi nostalgia eres tú’.
‘Te quiero porque te quiero’ es sentir el palpitar eterno de un alma convertida en melodia. Y aunque el tiempo insista en que ‘Serás recuerdo lejano’ su esencia nunca fenece.
No ‘Lloraré’ porque un jilguero del cielo vino a decirme al oído ‘Vivo contento’, entonando ‘Morenita’ junto al Padre celestial. Y yo, con humilde devoción respondí : ‘Calma mi melancolía’. y aunque muchos afirmen que ‘El amor no es duradero’, al maestro Gutiérrez le “LLegó un amor’ para quedarse por siempre como ‘Cariño de madre’, que dibujó en nosotros un pentagrama inmortal.
En sus versos habita el tiempo. en sus canciones palpita la eternidad quien un día regaló al mundo la sentencia: el que esté golpeado por la vida que se enamore. Y yo como tantos me atreví a dictarle al corazón: ‘Enamorate’ .
Su legado es inmenso y luminoso veintidós obras musicales, cada una tallada en letras de oro. Su nombre está inscrito, con justicia y amor, en la leyenda histórica del Ruiseñor del Cesar, como el creador que mas canciones entrego a la voz inigualable de Jorge Oñate.
Hoy, el Romántico Gustavo Gutiérrez es motivo de jubilo. ‘El cariño de mi pueblo’, se eleva en aplausos agradeciendo el repertorio que trasciende en el tiempo que nos conduce, una y otra vez, a la hondura de lo humano. Con emoción confiesa que Jorge Oñate fue el mejor intérprete de sus canciones, y con emoción aun mayor lo proclamamos nosotros: el vallenato encontró en ellos dos la conjucion perfecta entre canto y poesía.
Maestro Gustavo Gutiérrez, que Dios le conceda vida abundante, y conserve su condicion de ser ‘Sencilla y cariñosa’ para que sus versos sigan iluminando caminos y su música siga abrazando almas. Porque en cada acorde suyo, el tiempo se detiene, y la canción se convierte en plegaria, en memoria, en eternidad.
Feliz cumpleaños maestro Gustavo Gutiérrez Cabello. Salud y vida para usted, que hizo del vallenato un viaje infinito entre el canto y la poesía.
Aquel domingo 26 de mayo de 1957, día de San Felipe de Nerí y Santa Mariana de Jesús, nació Diomedes Díaz Maestre, exactamente en Carrizal, jurisdicción de La Junta, municipio de San Juan del Cesar, La Guajira.
Para llegar a este territorio se recorre un camino inhóspito que surcan dos ríos. A su alrededor, todo es dominado por animales silvestres, mientras que la brisa se pasea a sus anchas. El paisaje es acogedor, y todavía está la muestra de aquel lugar donde vino al mundo el artista más grande que ha dado la música vallenata.
Las medidas del vetusto rancho que acusa el paso de los años son de cuatro metros de ancho, por seis de largo; y aún se conservan los estantes, el techo de zinc y el piso agrietado.
En esa dimensión se encierra el tesoro que en aquel tiempo tuvo la pareja conformada por Rafael María Díaz Cataño y Elvira Antonia Maestre Hinojosa, quienes se abrieron paso con trabajo y dedicación, esperando que la vida les sonriera con su carga de 10 hijos: cinco hombres y cinco mujeres.
A pesar de que la estrella del futuro no alumbraba lo suficiente para Diomedes Díaz, con el paso de los años el joven pueblerino brilló con luz propia, y se convirtió en el artista que se impuso contra todos los pronósticos. Cantidad de veces lo vieron nadando contra la corriente, teniendo varias caídas hasta llegar a triunfar.
El primer amor
Precisamente en el recorrido por esa tierra guajira, apareció aquella mujer que fue la primera aventura de amor de Diomedes Díaz. Ella es Bertha Rosario Mejía Acosta, quien se mostró dispuesta a contar la historia. “Estando sentada en la caseta de Rosario Maestre, en La Junta, con motivo de los carnavales, sin darme cuenta, se me acercó y me estampó un beso en la espalda. Yo tenía puesta una blusa de canastica. Entonces le reclamé y me dijo que le había provocado porque yo le gustaba”.
Continuó llamando a los recuerdos. “Todo siguió de coqueteo en coqueteo y todo iba en aumento y cuando vinimos a darnos cuenta estábamos emparejados. Con decirle que él no podía llegar a mi casa y nos veíamos a escondidas porque mi mamá, (Eugenia María Acosta), no lo aceptaba, porque era un pelao parrandero y no le veía ningún futuro”.
Esos amores juveniles los destacó de la siguiente manera. “Fueron amores verdaderos con esa inocencia de antes, y que se hicieron más fuertes porque eran prohibidos. De esa unión nació Rosa Elvira, exactamente cuando el muchacho ‘Medes’, como yo lo llamaba, tenía 17 años, tres meses y 12 días de edad”. Hizo la cuenta precisa. Su hija escuchó el relato contenta y agradecida.
Los dichos de ‘El Cacique’
El artista devoto de la Virgen del Carmen dejó una estela de dichos que lo hicieron famoso a lo largo de su carrera artística. De esa cosecha, está el principal. “Como Diomedes no hay otro, ese nunca nacería, y si nace no se cría, y si se cría se vuelve loco”.
Después llegaron en serie. “Denme licor que la vida es corta y lo que no se nos va en lágrimas, se nos va en suspiros”; “Que vivan las mujeres, las dueñas de los hombres y las que nos ponen a trabajar”; “Estoy más contento que un muchacho en recreo y con el raspao en la mano”; “Denme licor que el agua es pa’ las matas”; y “Mátame guayabo, ya que el amor no pudo”, entre otros.
También muchas veces le formularon preguntas sueltas y con su inteligencia natural, contestaba. “A mi me gustan las mujeres feas porque muchos no las miran, en cambio a las bonitas, sí”. Siguiendo con el tema, señaló. “Me llaman la atención las muchachas del servicio doméstico. Ellas son buenas, nobles y sanas”.
Diomedes Díaz, sentó catedra del amor a la familia. “A los hijos hay que quererlos, a los hijos hay que cuidarlos. Porque el hijo siempre es hijo, salga bueno o salga malo”. De igual manera, dijo que la envidia era una enfermedad incurable como el cáncer. “Hay envidiosos con estilo propio y les luce”.
En medio de las historias que tuvieron ocurrencia en la vida de Diomedes Díaz, sobresale el cariño a su fanaticada hasta regalarles una canción. “Toditas mis canciones siempre se refieren al amor, pero esta vez mi inspiro pa’ cantarle a mi fanaticada. Porque un artista solo, no puede conservar su valor y hay que reconocer que ninguno nace con fama. Por eso yo con mi fanaticada, siempre contento vivo cada día, cantándoles bonitas melodías, de esas que yo compongo con el alma”.
Dos canciones
El talento innato de Diomedes Díaz, lo llevó a componer una serie de canciones donde los hechos de su vida eran los protagonistas. Incluso, le hizo una canción a su primera cana, noticia de su vejez.
A Rafael Orozco, le correspondió cantarle el tema ‘Cariñito de mi vida’, (1975), haciendo hizo un paseo por la naturaleza cuando el amor se asomaba en su pensamiento. «Ay, en tiempos de invierno a las montañas, las cubren las nubes en la cima, y se reverdecen las sabanas, se colma la fauna de alegría. Y se alegra el campesino, la esperanza lo emociona. Y yo entre más días te deliro, en invierno y verano ando ahora«.
Después gustoso Iván Villazón interpretó el tema ‘La sombra’, (1987) donde ‘El Cacique de La Junta’, pudo fotografiar en palabras ese instante de la inspiración. “Cuando he mirado mi sombra yo la comparo tal como soy. O de pronto será el sol que me dibuja en la tierra. Pa’ que comprenda que ella, siempre será lo que soy, y que de pronto me voy, y ni la sombra me queda”.
Así era el hijo el hijo de Rafael y Elvira, quien trazó su sendero desde aquellas mañanas frías en el pueblo de La Junta, donde el viento regalaba aromas lejanos y nacían los primeros versos que el pentagrama vallenato tiempo después recibió con los brazos abiertos. Diomedes, por siempre.
Estar cerca a la mujer que llora por ratos, pero no demora en reír por los recuerdos felices de su hijo Omar Antonio Geles Suárez, es algo que desborda el sentimiento. Es palpar el amor de una madre tocada por la bondad de Dios y paseándose por aquella época donde las dificultades eran el pan de cada día.
Ella es Hilda Suárez Castilla, nacida hace 88 años en Mahates, Bolívar, la cual con fe y esperanza nunca claudicó ante las adversidades. Al contrario, soñó con vivir la vida siendo toda una reina premiada con cantos.
Precisamente, su hijo le regaló no uno sino dos, siendo el titulado ‘Los caminos de la vida’, el cual tuvo la mayor fuerza del amor maternal y las vivencias unidas al corazón que continúa recorriendo el mundo en 34 versiones, siendo la primera grabada por Los Diablitos (Jesús Manuel Estrada y Omar Geles) en el año 1993.
Hilda Suárez, La mujer más dichosa del mundo, como lo señala, de esta manera recuerda aquella historia. “Cuando escuché la canción lloré, porque en pocos minutos Omar contó el trabajo que pasé para criar a mis hijos. Respecto a la ausencia del papá, lo dejé porque quería tener dos mujeres y así no era. Por eso luché para sacarlos adelante y hoy tengo unos hijos agradecidos. Esa canción le ha dado la vuelta al mundo. Es un tanganazo”.
Se quedó reflexionando y después comentó. “Imagínese que un presidente de México, no me acuerdo el nombre (Andrés Manuel López Obrador), en pleno discurso que pasó la televisión, pidió que le pusieran la canción ‘Los caminos de la vida’, porque era un ejemplo de salir adelante, así las cosas no estuvieran bien”.
Esa canción la compuso Omar Geles en el año 1992 al recordar las dificultades de la niñez donde su mamá era la heroína valiente, trabajadora y capaz, cuyo propósito era sacar adelante a su familia. La canción logró meterse en el alma de todos hasta convertirse en himno universal.
De esa dimensión es Hilda Suárez, la mujer quien no olvida los tropiezos donde no se podían aumentar los sueños a la carrera, tampoco vencer el desaliento al tener el viento en contra, pero sacó fuerzas de voluntad y al final cantó victoria.
Ella de esa manera aportó la mejor estrofa para que su hijo Omar, hiciera la célebre canción valorando la belleza de las cosas simples y siendo la mamá que construyó su destino con bases sólidas. Ahora, para ella los días son eternos teniendo que vivir noches acompañada de penas, sabiendo que la vida es una posada en el camino.
El compositor
“El pensamiento de mi hijo eran letras y música, por eso hizo cantidad de canciones. Era un genio”. En eso enmarcó Hilda Suárez, al Rey Vallenato del año 1989, dando cuenta de horas y horas concentrado en su oficio. “Cuando estaba en eso no le gustaba que lo molestaran porque le interrumpían la inspiración. El amor por el vallenato fue eterno y eso le sirvió para destacarse en su arte”. Ella, recalcaba sus palabras para que quedaran dos veces en la grabación.
De un momento a otro cambió de tema y al ver el afiche promocional del 58° Festival de la Leyenda Vallenata en homenaje a su hijo, se puso triste y lloró. “No me acostumbro a su ausencia. Es algo dificil porque significó mucho para mí por sus múltiples detalles. Me decía palabras lindas, me abrazaba, me daba la comida en la boca y como yo me dedico a hacer pasteles, me propuso que los vendiera más caros. La idea era ponerle una presa de carne más grande. Pasaron de 15 a 20 mil pesos, y se venden bastante”.
En un momento el silencio escondió la charla dentro del entorno de las añoranzas porque Omar Geles logró con pasión sus objetivos, comenzando como acordeonero, después compositor y finalizó como cantante. Luchó y ganó con determinación, recibiendo los aplausos necesarios para perpetuarse en el folclor. Después a ella, la felicidad al hablar de su hijo le iluminó el rostro.
Durante el diálogo narró una anécdota cuando su hijo siendo muy niño hizo una presentación en el Festival de la Leyenda Vallenata. “Omar tenía como seis años y subió a la tarima a tocar su acordeón. Entre los invitados estaba la cantante Claudia de Colombia. Ella al verlo tocar se emocionó. Después, un periodista le preguntó sobre lo mejor que había visto en el festival. Enseguida dijo que un pelao negrito la sorprendió tocando su acordeón”.
También contó sobre el hecho de Omar Geles aprender a tocar acordeón fue una bendición de Dios. “Esa historia es conocida cuando Roberto (Geles), le compró un acordeón a su hijo Juan Manuel, pero no quiso aprender a tocarla, en cambio Omar se enamoró de inmediato de ella y vea donde llegó. Dice el dicho, que al que le van a dar le guardan”.
Amor de madre
Al final Omar Geles la hizo protagonista de una nueva canción que tituló, ‘Lo que vivió mamá’, donde nuevamente cantó la realidad. “Hoy recuerdo cuando a mi mamá le cortaban los servicios, y salía con un balde a buscar agua donde los vecinos, y algunos le decían que no. Ay, pero mi vieja berraca, le puso el pecho a la vida, al mismo tiempo fue papá y mamá, cuando se quedó solita”. Dos canciones que encierran el amor hacía una madre, de ese hijo que le regaló alegrías desde niño.
Cuando se iban agotando las palabras, Hilda Suárez regaló una frase de esas que dicta el alma cuando el corazón está en línea recta. “Hijos, hijas, por favor quieran a sus madres, porque ellas siempre están llenas de ternura y nunca se cansan de amar”… Ella se quedó meditando y agradeciéndole a Dios porque le regaló a ese hijo, quien hasta sus últimos días la acompañó por los caminos de la vida donde quedaron cientos de huellas que marcaron la dirección correcta.
«La suerte es lo que ocurre cuando la preparación coincide con la oportunidad»: Lucio Anneo Séneca (filósofo, político, orador y escritor romano).
Por *Ramiro Elías Álvarez Mercado*.
La música se caracteriza por tener un poder transformador y no sólo como una forma de arte, también es una fuerza que enriquece todos los aspectos de la vida; para algunos estudiosos del tema, la música tiene una capacidad, incluso para curar heridas emocionales, psicológicas o espirituales de una forma que ni la medicina puede. En esta ocasión voy a referirme a un hombre que encontró en la música un desahogo emocional y sentimental que lo llevó a convertirse en acordeonista de la música vallenata: Alberto Jamaica Larrotta, quien nació el sábado 3 de abril del año 1965 en el barrio Belén Egipto de la ciudad de Bogotá, capital colombiana. Llegó a este mundo en el hogar conformado por María del Rosario Larrotta y Pedro Antonio Jamaica, ella una ama de casa y él un albañil, una pareja humilde, trabajadora y de buenas costumbres descendientes de boyacenses, que se encargaron de darle una buena educación, rodeada de mucho amor, cariño y ternura, pero al mismo tiempo con normas, con las que le inculcaron el buen comportamiento a «Beto», como cariñosamente fue llamado desde los pocos días de nacido, y al resto de sus hermanos. Realizó sus estudios primarios en el colegio Alexander Graham Bell de la ETB (Empresa de Teléfonos de Bogotá) y luego ingresa al Instituto de Renovación Educativa donde alcanza a hacer cuatro años de secundaria, estudios que interrumpió por el embarazo de su primera novia, suceso que lo llevó a hacerse cargo de un hogar a muy temprana edad. Este bogotano siempre tuvo un gusto especial por la música, de ahí que su sueño fue ser cantante de baladas románticas, género musical en el cual se inició a muy temprana edad, escuchando a sus progenitores y hermanos mayores, quienes eran aficionados y seguidores de artistas consagrados de esta expresión musical, tales como: Nino Bravo, Yaco Monti, Nicola di Bari, Roberto Carlos, José Luis Perales, Rafael, entre otras figuras orbitales, que hicieron parte de la banda sonora de su humilde morada. Y de esa forma comienza a destacarse en las clases lúdicas de su colegio y reuniones familiares, animando y complaciendo a las personas de su entorno, quienes lo apoyaban, ovacionaban y aplaudían, algo por lo que se sentía feliz y complacido. El pequeño «Beto» siempre fue inquieto en cuestiones musicales y con el pasar de los años, por medio de las emisoras radiales que se escuchaban en la fría capital, empezó a escuchar e interesarse por otro tipo de género musical, que era desconocido para él hasta ese momento: la música vallenata, artistas como Guillermo Buitrago, Alfredo Gutiérrez, Bovea y sus Vallenatos, agrupación en la que se destacaba como vocalista el maestro Alberto Fernández Mindiola, quien se convirtió en un ídolo para Jamaica por la cadencia y la forma tan sentida que tenía para interpretar los cantos vallenatos en guitarra, lo mismo que la decana de las agrupaciones de música tropical en Colombia, Los Corraleros de Majagual que en su formato también incluían algunos vallenatos; es decir, que su gusto musical tuvo un giro sustancial y se dedicó a conocer y explorar esta otra musica, y en esas andanzas conoció a un joven que interpretaba el acordeón llamado Wilson Ibarra y con él conformaron un pequeño conjunto con el que se dieron a conocer en tabernas, bares y fiestas privadas, en donde «Beto» cantaba. El filósofo alemán Arthur Schopenhauer dijo: «El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos» y fue precisamente el destino quien tenía deparado otra cosa en la naciente carrera musical y artística de Jamaica, debido a que el joven acordeonista de la agrupación tenía serios problemas de medida, cuando tocaba solo se defendía con el instrumento arrugado, pero cuando acompañaba al vocalista se le complicaba ejecutar bajo un patrón de percusión; es decir, se adelantaba, se quedaba y eso hacía que se atravesara, entonces fue en ese momento cuando Jamaica Larrotta «jugó las cartas» y tratando de corregir a su compañero de fórmula se interesó y aprendió a interpretar algunas canciones vallenatas de manera elemental en el acordeón, ya para esa época contaba con 20 años de edad pero sin imaginar que terminaría siendo acordeonista de la música vallenata. Como dice el viejo adagio «al que le van a dar le guardan», su compañero Wilson quien hasta ese momento era el acordeonista del conjunto le toca trasladarse de Bogotá a Cúcuta y luego hacia el país vecino de Venezuela, a raíz de la separación matrimonial de sus padres, y es en ese momento cuando el señor José Arnaldo Pedraza, exciclista y dueño de un almacén de elementos de sonido en el que vendía bafles, parlantes, equipos y quien también ejecutaba acordeón, tenía una agrupación aficionada, con la que interpretaban no solo música vallenata, sino también otras expresiones musicales del Caribe colombiano, sobretodo éxitos de los Corraleros de Majagual. El señor Pedraza decide darle la oportunidad de formar parte de la agrupación como cantante y a ratos como guacharaquero, instrumento que había aprendido a tocar de manera empírica años antes escuchando canciones vallenatas en la radio y las seguía con este instrumento de fricción. Alberto Jamaica siempre que tenía la oportunidad le sacaba melodías al acordeón e interpretaba las pocas canciones que se había aprendido con el instrumento de su excompañero de agrupación y amigo Wilson Ibarra y en un ensayo con su nuevo grupo cogió sin permiso el acordeón del señor Pedraza y comenzó a sacarle melodías, detalle que no pasó desapercibido y sorprendió gratamente al dueño del instrumento y el conjunto, quien al escucharlo le dijo de manera directa y sincera que tenía más talento para interpretar esa caja musical de pitos y bajos que como cantante, y le aconsejó que aprovechara ese potencial y lo canalizara para su bien y fue desde ese momento cuando se decide por completo a la interpretación del acordeón porque encontró en él y la música vallenata la forma de trasformar sus tristezas en alegrías y convertir este instrumento en su nuevo y mejor amigo. Con algunos ahorros que tenía fruto de sus presentaciones y el trabajo en construcción que aprendió ayudando a su padre, compró su primer acordeón y se dedicó de lleno a estudiarlo, escuchando y practicando canciones vallenatas las cuales repetía una y otra vez, de una colección de cassettes que tenía de maestros como Alejandro Durán, Luis Enrique Martínez, Alfredo Gutiérrez, Abel Antonio Villa, Emiliano Zuleta, Nicolás «Colacho» Mendoza, Israel Romero, Ismael Rudas Mieles, entre otros, confiesa que de todos aprendió algo, razón por la cual siente un gran cariño, admiración y respeto por todos esos grandes maestros del acordeón. Ya con una agrupación propia conformada, más repertorio y habilidades en la ejecución del acordeón, quien se convirtió en un compañero inseparable de luchas y retos, comienza su aventura musical y artística que terminó siendo su profesión y estilo de vida. En ese trasegar musical con su acordeón al pecho en la que poco a poco se iba ganando más reconocimiento ante los ojos de propios y extraños quienes se admiraban por la forma de tocar y el amor que un hombre nacido a kilómetros del Caribe colombiano le tenía a la música vallenata que incluso sorprendía a los mismos costeños radicados en Bogotá, se ganó el apelativo de «El Pollo Cachaco» tal como se les dice a las personas provenientes del interior del país y lo de «Pollo» porque fue un título popularizado por el maestro Luis Enrique Martínez «El Pollo Vallenato» quien se destacó por su virtuosismo y versatilidad en la ejecución del acordeón. En una taberna bogotana donde el «Pollo Cachacho» oficiaba como músico de planta conoce a un colega acordeonista nacido en Nobsa, Boyacá, Hernando Celis Cristancho, quien ya se había presentado en el Festival de La Leyenda Vallenata, categoría aficionado y había salido Rey en la misma categoría en el Festival Cuna de Acordeones en Villa Nueva, La Guajira y con él entabló una bonita y sincera amistad y es quien lo motiva diciéndole que le veía madera para presentarse en ese tipo de festivales, retándolo para ver cuál de los dos ocuparía una mejor posición en Valledupar, en representación del interior del país. Beto aceptó el reto y comienza su carrera brillante, arrancando por distintos festivales del Altiplano cundiboyacense, saliendo triunfador en varios y en otros ocupando honrosas posiciones, como en Madrid, Funza y Facatativá (Cundinamarca), Nobsa y Zipaquirá (Boyacá). Graba por primera vez unos covers en el año 1991 con el cantante William Bejarano, donde incluyeron los clásicos: ‘Sin medir distancia’, ‘Esa», ‘Cómo le pago a mi Dios’, ‘Muero con mi arte’ y un merengue inédito titulado ‘El enamorado’. Realiza una segunda grabación con Gregorio Herrera, posteriormente con el cantante sincelejano Plinio Lugo. Luego de haberse curtido, preparado, obteniendo bagaje y experiencia en estos festivales y en el campo de la grabación se inscribe en Valledupar con su amigo, colega y retador Hernando Celis, en la categoría aficionado donde ocupó un decoroso octavo puesto y su amigo el catorce y desde ese momento se afianzan más los lazos de hermandad entre ellos. Celis se convirtió en un apoyo incondicional en todos los aspectos en su carrera musical, hasta que un cáncer agresivo se lo llevó de este mundo terrenal. Beto continúa aumentando su trayectoria en festivales, participando y llegando a instancias finales en el Cuna de Acordeones de Villanueva, La Guajira y en el Festival de Acordeones del Río Grande de la Magdalena en Barrancabermeja, Santander. «El Pollo Cachaco» sostiene que siempre vivirá agradecido de su colega y amigo del alma Hernando Celis, porque fue quien le abrió la trocha como acordeonista del interior del país en los festivales. Jamaica Larrotta siempre fue un hombre que perseveró y luchó para ganarse un espacio en este competitivo, y por qué no decirlo, regionalista mundo de la música vallenata, donde después de trece intentos y habiendo logrado varias semifinales y una final se corona Rey Vallenato profesional en el año 2006, partiendo en dos la historia del Festival de la Leyenda Vallenata, al convertirse en el primer acordeonista no nacido en el Caribe colombiano en llevarse tan codiciado galardón y con esto honrar la memoria de su colega y hermano de vida. Los temas que interpretó en la final fueron ‘Luz Mila’ (Paseo) de la autoría de Poncho Zuleta; El Libre’ (Merengue) de Camilo Namén; ‘Amores con mi acordeón’ (Son) de Iván Gil Molina y ‘Toca cachaco’ (Puya) de José Triana. Alberto Jamaica también se ha destacado en otras facetas musicales como: director, productor, arreglista, compositor, segunda voz, ha participado aproximadamente en setenta grabaciones, fue el encargado de interpretar toda la música en la bionovela «Diomedes Díaz, El Cacique de La Junta» donde tocó alrededor de doscientas canciones, emulando el estilo de los diferentes acordeonistas que acompañaron al gran Diomedes Díaz en su exitosa y fructífera carrera musical, ganando el premio Tv y Novelas a la mejor banda sonora de telenovelas. Dentro de su carrera musical se destacan grabaciones con Jairo Serrano, Ivo Díaz, Pablo Atuesta, Otto Serge, Edgar Fernández, asimismo con orquestas reconocidas como: Los Alfa Ocho, Los Tupamaros, Los Ocho de Colombia, César Mora y su orquesta María Canela, Carolina Sabino, la agrupación Baracutanga de Nuevo México. Condecorado dos veces por el Congreso de la República con la orden «Gran Caballero», por su aporte a la música y a la cultura colombiana, se ha paseado por distintos lugares del mundo dejando en alto el nombre de Colombia con un lenguaje musical y folclórico en escenarios de Londres, Canadá, Malasia, Seúl, Sydney, Texas, Nueva York, San José de Costa Rica, Caracas y muchos sitios más.
Como productor musical trabajó con la cantante Guadalupe Mendoza conocida artísticamente como «Lupita Mendoza», nacida en Chihuahua, México y radicada en EEUU, una producción de trece canciones donde hizo los arreglos musicales de cumbia mexicana, bolero, balada, una cumbia de su autoría y un porro del maestro Romualdo Luis Brito López, temas acompañados con su acordeón bendito. Beto Jamaica es un caudal musical que siempre está activo y sigue haciendo música en sus distintas facetas, ya sea como acordeonista, productor, director, arreglista, cantante o compositor. Recientemente grabó dos temas con el cantautor Hochiminh Vanegas Bermúdez, un paseo vallenato titulado «En el senderito» y una tambora titulada «Matrona de mi tierra»; fue el productor y acordeonista de cuatro canciones de un trabajo discográfico de seis en donde canta el actual Ministro de Educación Daniel Rojas Medellín, quien se animó a grabar clásicos de la música vallenata, los otros dos temas son interpretados por el maestro Emiliano Alcides Zuleta Díaz, hace pocos días se estrenaron dos canciones de la autoría de Beto Jamaica en donde canta y toca, un paseo vallenato en dedicatoria a un amigo que cumpleaños titulado ‘Una fecha especial’ y un merengue, ‘Soy parrandero’, próximamente saldrá al mercado un trabajo discográfico en donde Beto participa como director, productor, arreglista, acordeonista y hace voces, un total de 17 canciones vallenatas con contenido poético y literario todas de la autoría del abogado, compositor, guitarrista y cantante tolimense Ángel Asencio, que es una clara muestra de que aún hay músicos que conservan las raíces de esta expresión musical de origen provinciano. Alberto Jamaica Larrotta «El Pollo Cachaco» demostró y sigue demostrando que su amor y admiración por la música de la tierra de Francisco el Hombre no tiene límites y que sin haber nacido en el Caribe colombiano ha hecho un aporte significativo a la edificación de nuestra música vallenata: un cachacho con alma y corazón costeño.